Fallen Leaves

Pobre amor de pobres

por David Castiella

Fallen Leaves | Aki Kaurismäki

Finlandia, 2023 | 81 minutos

Guion: Aki Kaurismäki.

Elenco principal: Alma Pöysti, Jussi Vatanen, Janne Hyytiäinen, Nuppu Koivu.

Sputnik, Finnish Film Foundation.

​He de confesar que 'Fallen Leaves' es mi primera aproximación al cine de Aki Kaurismäki, y por este hecho no puedo contaros nada de su filmografía más allá de su última película, lo que es una pena, porque investigando un poco para esta crítica, tiene pinta de ser una delicia.

​Así que los que lean esta crítica, deberán conformarse con un análisis algo descontextualizado que espero, al menos, os anime como a mí a querer saber más de este director, aunque me conformaría con que decidieseis ver el film, porque lo merece.

​ Ansa (Alma Pöysti) es una mujer soltera que vive en Helsinki. Trabaja con un contrato en negro en un supermercado, abasteciendo los estantes. Una noche se encuentra accidentalmente con el igualmente solitario trabajador Holappa (Jussi Vatanen), un alcohólico. Contra todo pronóstico y malentendidos, intentan construir una relación.

​El mundo que plantea Kaurismäki, aunque terriblemente realista en el planteamiento de la suerte y el caos, tiene un punto de aire fantástico en la relación entre los objetos y las personas que le dan a la película un carácter atemporal: en las mismas habitaciones conviven máquinas de escribir y ordenadores, existen los teléfonos móviles pero las personas se dan los números en papel y boli, en los cines se estrenan 'Los muertos no mueren' (2017), de su amigo Jim Jarmush, y 'Breve Encuentro' (1945); y los personajes conducen coches vintage en un mundo donde el rock and roll está más vivo que nunca. 

​​También hay una enfermedad crónica que, leyendo críticas y artículos sobre Kaurismäki, puede trasladarse a toda su obra, y esa es la pobreza. Una pobreza condenada a repetirse día tras día, trabajo de mierda tras trabajo de mierda para, al llegar a casa, ahogar la desesperanza vital, él en alcohol, ella en su perro.

Imagen procedente de Malla Hukkanen/Sputnik.

​Aún así, no es una película pesimista en absoluto, de hecho, tiene un candor como yo pocas veces he visto. En el cine actual, incluso en el romántico, parece que debe haber un giro de guion cada minuto que busque sorprender al espectador, pero Kaurismäki propone una historia que sabemos donde va a acabar, restándole importancia a lo que no lo tiene y dejándonos disfrutar de cada uno de los planos color pastel, los enredos tontos propios de la cotidianeidad, un tímido beso en la mejilla, una mirada en un karaoke de mala muerte y una barra llena de gente normal ahogando en vodka una existencia cruel.

​Kaurismäki no aborda la pobreza romantizándola ni tampoco machacando a sus personajes en ella, más bien, como decía antes, tratándola como una enfermedad crónica con la que los personajes están obligados a convivir. Y que hay más romántico que dos personas consigan abstraerse de la rutina del barrio suburbial por encontrarse una vez más.

​Todo ello con un humor seco como un whisky barato, ese que beben los personajes sin saber si reír o llorar, en una cuerda floja que se tensa cada vez que los ojos de Ansa y Holappa se cruzan.

★★★★ 


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